domingo, 5 de marzo de 2017

AGUSTINA DE ARAGÓN

Sentada en el suelo, con sus deditos chicos y regordetes, repasaba la figura de la fotografía. Deslizaba sus yemitas de los dedos por el vestido, por el pelo, por el rostro de la mujer de la imagen. Su abuela dormida en el sillón había dejado caer el libro de sus manos. Alba con sus dos ojos como faroles y con sus sólo siete años, escudriñaba la estampa de la legendaria artillera aragonesa. Desde su corta edad no alcanzaba a comprender la magnitud del asunto, pero la intuición femenina que le era patrimonio por herencia de siglos, provocaba en ella una incontenible curiosidad. Dio un respingo cuando oyó a su madre, que a su espada la regañaba:

-¡Ya estás con el libro de la abuela! Cuando despierte se enfadará y con razón. Le cambias la página y luego no sabe por dónde iba leyendo.

-Es Agustina de Aragón-, contestó muy resuelta, la enana.


-Sé quién es. Tu abuela no tiene nada mejor que hacer que andar leyendo siempre y metiéndote disparates en la cabeza-. Lo dijo bien bajito para que su madre no alcanzara a oírla desde el plácido sueño que la había dejado con la cabeza ladeada colgando, y con un fino hilo de baba corriéndole por la barbilla. -¡Anda!, ayúdame a poner la mesa, que tu padre llegará en breve y querrá cenar, que vendrá cansado del trabajo.

-¿Por qué tú no trabajas, mamá?

-Porque tuve que dejar de trabajar para cuidar de ti.

Un enorme portazo despertó de golpe a doña Hortensia

-¡Vaya con la puerta! ¡Todos los días igual, no sabe este hombre cerrar con cuidado!-protestó la anciana.

-Vamos a ver mujer, que luego dice que no pega ojo por las noches. ¡Normal, si se pasa el día durmiendo!- Alfredo irrumpió en el comedor con la misma cara cansada de siempre. La niña corrió a echársele en los brazos vociferando “papás” durante la carrera.

Alfredo la dio un enorme beso, y acto seguido procedió de la misma manera con su esposa. Avanzó lánguido hasta el sofá y se dejó caer. Sin casi esfuerzo tomó el mando de la televisión y la encendió.

-Papá- se le acercó la niña-, yo de mayor quiero ser como Agustina de Aragón.

-Esa sí que es buena- sonrió el hombre-. ¿Y se puede saber el motivo?

-Porque dice la abuela que era una mujer muy valiente, que defendió su pueblo de quienes querían quitárselo.

-¡Carmen -gritó Alfredo desde su hundido asiento-, dile a tu madre que no le cuente tonterías a la niña, que se nos acaba metiendo en la Legión!

Doña Hortensia saltó de la butaca como un resorte, como si le hubieran puesto brasas en el trasero.

–¡La niña será lo que quiera ser! ¡Faltaría más! ¡Y yo no le cuento tonterías, le digo las verdades, que sea una mujer valiente que luche por lo que ella crea, que no se doblegue ante nadie y que sea libre!-. Comenzaba a enrojecérsele la cara.

Entro Carmen en el salón con una fuente de boquerones fritos.- ¡Venga a cenar ya, que se me hace tarde, que aún tengo que bañar a la niña, y planchar! ¡Que no me da el día!

Doña Hortensia siguió con el discurso:- ¡eso, eso, tu no pares, total…, como no trabajas…, que lo que haces en casa todo el día, como una esclava, es ocio! ¡Y gratis, sin cobrar un duro!

-¡Mamá, por favor, tengamos la fiesta en paz!

-Doña Hortensia, que yo también hecho una mano, pero no querrá que después de estar todo el día fuera de casa como un cabrón...-protestó Alfredo, sin poner demasiado empeño, y sin desviar la mirada de la pantalla del televisor.

Alba miraba a unos y a otros, y lejos de asustarse por el alto tono de la discusión, ponían tremenda atención para descifrar lo máximo posible de todos aquellos mensajes.

-¡Niña, tú estudia mucho! -la abuela insistía con su disertación-. ¡Consigue un buen trabajo y que te paguen lo mismo que a tus compañeros! ¡Defiende la igualdad, la justicia! No te dejes pisar, ¿me oyes? ¡Nunca! -Doña Hortensia movía el brazo derecho a cada frase apuntando con el índice a la pequeña.

-Abuela, ¿defender la igualdad con un cañón, como Agustina de Aragón?- preguntó la pequeña Alba, visiblemente emocionada, dando pequeños saltitos y agitando los brazos en el aire.

-¡Claro que sí reina mía, defiende la igualdad con un cañón, o con lo que hiciera falta!



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